No pretendo de mis dirigentes y responsables políticos la
perfección. Tampoco la espero de mis compañeros y compañeras, como tampoco
quisiera que ellos y ellas la esperaran de mi. Y aunque en el ámbito de lo
político contemos con grandes cuadros que lograron una construcción admirable,
no por eso podemos obviar cuestiones personales que son cada vez más cuestiones
políticas.
Los tiempos que corren nos obligan a que dejemos atrás los
argumentos que se usaban para evitar las contradicciones que hoy hay que enfrentar.
La zaraza de que el político no debe ser juzgado bajo una ética cristiana
porque la política tiene su propia ética, es válida siempre que el político no
proclame la justicia social y entre cuatro paredes contribuya a evitar la
misma. Porque en principio o es un hipócrita o juega para el enemigo. Y
juzgando bajo la ética cristiana es un Judas cualquiera.
Hay una batalla al
interior de los movimientos, al interior de las estructuras, en donde se define
el modelo de militante que pretende “volver mejor”. Entre los que quieren
volver mejores se filtraron expresiones de la opresión, del abuso, de lo
salvaje, lo putrefacto que hay en la sociedad, que se sientan o trabajan para
quienes ocupan lugares de conducción y representación en la organización de la
que formo parte desde que tengo 18 años. Pero del otro lado hay militantes sin
una sola mancha, que militan por la genuina convicción de que una sociedad
justa es posible, que no son perfectos o perfectas, que les falta mucho camino
por andar, pero que responden a un modelo íntegro de militante, que en su vida
son consecuentes con sus ideas y discursos.
De quienes traicionaron a sus militantes, a sus simpatizantes, a la organización, y todavía están acobijados en la
estructura por decisión política de quienes no quieren ver esta realidad, ya no
espero nada de ellos y ellas. Por quienes responden al modelo íntegro de
militante, los y las que para mí van a tener el rol de cumplir con el mandato
de volver mejores, me quedo en la organización a su entera disposición y con la
pretensión de que no pierdan un valor invaluable del militante político: su
humanidad.
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